Trascender resulta complicado en el momento en que se le está dando más valor al objeto observado, al hecho concreto que está aconteciendo (la crítica hacia mi persona, la incomprensión, la intolerancia, la crueldad, la injusticia, el desprecio, etc.) que al hecho mismo de ser, sin pensar. En el trabajo personal, una de las purgas por las que se debe pasar consiste en mantenerse centrado incluso cuando se produce una respuesta automática de enfado, al no aceptar las circunstancias. Aquello te afecta, supera e irrita, pero no eres la intensidad de la experiencia, sino quien se da cuenta de la experiencia. No eres, pues, el pensamiento repetitivo.
Trascender consistiría en olvidar, en no amplificar ni insistir en mantener el pensamiento en esa experiencia: dejarla pasar, soltar. No obstante, la trascendencia no se puede forzar, ya que se trata de un proceso natural, que es consecuencia de la progresiva comprensión.
El automatismo del personaje surge en muchas ocasiones. En un momento dado, aparece la angustia de identidad o la de impotencia, o bien la soledad afectiva en la relación humana. No sabes por qué, pero te encuentras mal: perdido, asustado, triste, impotente, solo, incomprendido. Es el resultado de un programa que está grabado en la mente. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. No es que hagas mal las cosas, sino que la fuerza del pasado, de lo que está grabado, es muy potente. Y los síntomas se pueden vivir con mucha intensidad.
Saber lo que está pasando podría ser útil para poder trascenderlo. Trascender consiste en no hacer nada, manteniendo el silencio ante los impulsos o sensaciones corporales, deseos de la mente, miedos, emociones, etc. Observar el vacío que lo abarca todo, el espacio ilimitado entre objetos y dentro de ellos, el cielo, el silencio, es mucho más importante que los objetos, los miedos o los deseos, lo que pasará o dejará de pasar al cuerpo o a los demás cuerpos.
Trasciendo cuando atiendo al fondo, al espacio, en lugar de a la forma. Las formas son pasajeras, formas de lo que no tiene forma.
Me arrastran los deseos y las preocupaciones («¿quedaré bien?», «¿tendré trabajo o salud?»), y generan frustración por no conseguir que las circunstancias se adapten a ellos. Todo lo que busco fuera (seguridad, amor, diferentes experiencias para alcanzar determinados sentimientos) provoca miedo a vivir el opuesto. Como decía Antonio Blay, el deseo y el miedo son la cara y la cruz de la misma moneda. En la medida en que profundice en la comprensión, iré soltando los deseos y sus opuestos. Detrás de cada deseo, hay una demanda de plenitud. Se trata de ir directamente a la plenitud sin deseo, abrirme a la plenitud que intuyo. Lo importante es la plenitud, y no el deseo.
Hay que pasar por una purga, o al menos esa es mi experiencia personal y la de distintas personas conocidas que han profundizado o están profundizando en lo que somos.
La purga puede ser muy larga y pesada. Consiste en ver cómo aparecen los mecanismos, la emoción, el miedo, la ansiedad o la angustia. No debo caer en el error de querer cambiar lo que está pasando. Solo debo observar, dando más valor al fondo que a la forma mental, a los síntomas del personaje. Como decía Antonio Blay, tengo que aflojar el personaje como si fuera un muñeco de trapo.
Tengo que abrirme a la muerte y aceptar la voluntad de Dios, que, por cierto, es la única voluntad existente. Debo mirar la muerte. ¿Yo controlo mi vida? ¿O las cosas suceden independientemente de lo que yo haga? ¿Elegí este cuerpo, mis padres, el país de nacimiento y mis circunstancias? ¿O todo ha sucedido como parte de un movimiento de la totalidad? ¿Quién decide?
Aparece una idea y me identifico con ella, como si fuera el autor del pensamiento. ¿Soy el responsable de la angustia? ¿O la angustia se produce como parte de un mecanismo que se escapa a mi control y se amplifica al sentirme responsable de ella? ¿Es mi culpa? ¿Soy malo? ¿Soy un desastre y estúpido? El sentimiento de individualidad es un velo de la consciencia que provoca que me identifique con la autoría personal. Pero, en realidad, yo no soy una persona, sino que el cuerpo y la mente son creados por la consciencia. Yo soy más allá del cuerpo, del pensamiento. El cuerpo y todo lo demás son una expresión de lo Uno.
Para que se empiece a producir el hecho de trascender, debo investigar por mí mismo todo lo anterior. Una y otra vez. Si aparecen el amor a la verdad y el interés, estos me pueden llevar a la trascendencia. Pero la trascendencia no depende de mí. No hay que caer en el error de que yo debo trascender. Ese yo que creo ser no existe, es solo un títere, una ilusión creada por la mente. Debo investigarlo si me interesa, pero sin obsesión, sin prisas, aunque también sin pausa. No hay que caer en la culpabilidad de si trabajo mucho o poco. Ese yo es falso, no existe. Yo no soy el autor de mis pensamientos, ni de nada. Si aparece el anhelo espiritual, tampoco es por mi voluntad. Hay que mantener esa firme convicción e investigar en ese sentido.
La identificación es lo contrario de trascender. Si aparece la emoción y, sin aceptarla, me digo: «Yo estoy emocionado, pero no debo emocionarme, no tengo que identificarme», es un error. Si aparece la enfermedad, el miedo, el pánico o la ira, y me repito: «Yo no debo tener ira ni miedo, ni tampoco debo angustiarme por la enfermedad del cuerpo», también es un error. Por tanto, no se trata de hacer, sino que no debería involucrarme.
La comprensión y la investigación me llevarán a una mayor profundización, a un mayor entendimiento: provocarán que observe los síntomas de ira, miedo, irritabilidad, odio, etc., sin decir nada, sin hacer nada, sin pretender nada. Los observo como parte del funcionamiento de la totalidad, del mecanismo del ego. Yo no soy el autor de estos pensamientos, no soy el responsable de ellos, sino que se producen debido a que las cosas funcionan como funcionan, de que el mundo es como es. Yo no soy el cuerpo ni las reacciones.
No se trata de buscarme una filosofía para autoconvencerme, ni debería tomarme este escrito ni ningún otro como una biblia que debo seguir como si fuera una verdad absoluta. Las palabras, las enseñanzas, son para ser miradas por uno mismo. Indican una dirección, señalan hacia la verdad, pero no son la verdad.
La trascendencia no se puede forzar: o bien se produce fruto de la comprensión, o bien permanezco identificado. Simplemente, apunto una cosa más. Sería una pena que utilizara el conocimiento en mi propia contra, culpabilizándome. La idea de cómo se debe comportar una persona realizada, o cómo se deben comportar los demás, solo engrandece el ego. La vida fluye independientemente de mi voluntad personal.
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