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Imagina sutras

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Imagina sutras

1.1. Imagina un ordenador conectado a la corriente, con todos los componentes básicos para funcionar, con un programa o sistema operativo básico para que pueda coordinar y hacer funcionar todos sus elementos.

 

1.2. Imagina que funciona correctamente para lo que está diseñado, que es alimentado por la energía de la red eléctrica para estar en marcha, que actúa tal como debe ser y que está preparado para dar soporte a diferentes programas y que estos funcionen en él.

 

1.3. Imagina que introduces el programa X en el ordenador, que el programa comienza a producir unas funciones concretas en la interrelación entre él y el ordenador, y parece que haya ahora una sola cosa, el conjunto máquina y programa.

 

1.4. Imagina que el programa se encarga de hacer cálculos matemáticos, que va almacenando los resultados, y que comienza a establecer sofisticadas comparaciones entre los datos inmediatos y los anteriores históricos.

 

1.5. Imagina que las comparaciones que realiza no se ajustan a una tabla de valores que el propio programa va autogenerando y que debe ir más deprisa para encontrar la solución y poder encajarlo todo.

 

1.6. Imagina que entra en una rutina de funcionamiento en la que no solo no puede reajustar los resultados, sino que aún van aumentando los desajustes un poco más.

 

1.7. Imagina, ahora sí, imagina de verdad que sufre el programa. ¡Qué absurdo! No era nada, no tenía base, solo era una posibilidad entre muchas de interactuar, y se ha puesto a sufrir. ¿Cómo es eso? ¿Nada puede sufrir?

 

1.8. Imagina que a veces se bloquea toda la máquina, todo el sistema, y hay que desconectarlo de la corriente y que, al conectarlo de nuevo, vuelve a funcionar con todos los datos y operaciones realizadas hasta el momento y continúa la inercia de su rutina.

 

1.9. Imagina que desinstalas el programa X y que eliminas algunos residuos que han quedado en el ordenador a causa del funcionamiento del programa.

 

1.10. Imagina un ordenador conectado a la corriente, con todos los componentes básicos para funcionar, con un programa o sistema operativo básico para que pueda coordinar y hacer funcionar todos sus elementos.

 

 

¿Cómo algo que no era puede sufrir? Lee la siguiente contemplación realizada por Jeff Foster en el libro La vida sin centro.

 

«Visiones del presente, sonidos del presente, olores del presente, pensamientos del presente… Recuerdos del pasado desde el presente, ideas en el presente de lo que pueda traer el futuro… Deseo presente de una solución definitiva a los problemas, de placer permanente, de felicidad permanente… Ideas en el presente de mí mismo, de mis logros y mis fracasos, de lo difícil que ha sido mi vida y de todos mis problemas… Respiración en el presente, el corazón que late en el presente, facturas de gas amontonadas en la mesa de la cocina en el presente, el maullido del gato en el presente, los gritos de los niños en la calle en el presente, dolor en el pecho en el presente, anhelo en el presente por algo más que esto, sensación de frustración en el presente por no acabar de conseguirlo, deseo en el presente de liberarme de todo esto definitivamente…

 

Fíjate en cómo juegan los niños: para ellos ‒o al menos ésa es la sensación que da‒, la vida es un juego, un gigantesco parque infantil en el que todo es fascinante, y no dan la impresión de desear escaparse de la vida y de todos sus problemas, de ascender a alguna dimensión superior o más espiritual. Sin embargo, al parecer, los adultos nos pasamos mucho tiempo intentando escabullirnos del juego de la vida y de todo el sufrimiento que entraña, inevitablemente, el hecho de ser una “persona del mundo”. Las formas de evasión más habituales son la bebida, las drogas, el sexo, el dinero y la meditación.

 

Como es obvio, gran parte de la espiritualidad tanto tradicional como contemporánea se dedica en gran medida a satisfacer ese mismo deseo. No obstante, lo que se consigue al tratar de saciar dicho deseo es reforzar la idea de que, efectivamente y para empezar, existe un individuo que desea evitar el sufrimiento.

 

Se sugiere la posibilidad de que quizás lo único que exista sea la apariencia de la vida en el momento presente, sin un individuo en su núcleo que no consigue evadirse por mucho que quiera. En efecto, el individuo es una simple apariencia más en el juego, no es algo que necesite ser aceptado o rechazado, ni trascendido o negado, sino algo que aparece junto con todas las demás visiones, sonidos, olores, pensamientos y sentimientos.

 

Este mensaje es muy sencillo, muy evidente. El individuo ‒el buscador, el sufridor, el fabricante de candelabros‒ sencillamente aparece como un personaje más en el teatro de la vida y, con él, puede que surja el deseo de evadirse de la vida, lo cual no es más que otra simple apariencia, otro personaje más de la narración.

 

Y todo esto es perfecto, sin necesidad de que nadie lo acepte o lo rechace, lo trascienda o lo niegue. No hay ningún inconveniente en sufrir, no hay ningún inconveniente en buscar algún tipo de iluminación o liberación espiritual precisamente porque, para empezar, el individuo no existe. “Una persona como núcleo de todo” sólo es otra apariencia, otra creencia, otro papel del guión.

 

Pero no me malinterpretes: no estoy diciendo que debamos desentendernos de nuestras creencias. No hay ningún inconveniente en tener creencias porque, además, la necesidad de destruirlas o trascenderlas sería, simplemente, una creencia más. Por esta razón, lo que digo, no aportará al individuo ‒es decir, a ti‒ ninguna creencia nueva ni tampoco intentará destruir ninguna de las creencias que tenga en la actualidad. Para que exista la liberación, no hace falta negar ni rechazar nada porque, en este preciso momento, al tiempo que la vida continúa, la liberación ya existe desde siempre y todo lo que hagamos para alcanzarla es sencillamente una insensatez aunque, eso sí, una insensatez perfectamente aceptable.

 

Ahora mismo no hay nadie aquí que dirija este espectáculo, ahora mismo no hay nadie aquí que sufra, ahora mismo no hay aquí nadie que anhele liberarse. Lo único que existe es la apariencia de todo eso en el presente. Simplemente esto, nada más. ¡Es tan sencillo, es tan evidente!

 

El corazón late, pero no eres tú el que lo hace latir. La respiración sucede por sí sola y no eres tú el que la causa. Se oyen sonidos en la habitación, pero no eres tú quien los produce. Se sienten dolores, pero no eres tú quien los causa.

 

La alegría surge sin que tú lo puedas evitar.

 

El sol sale y se pone; las flores brotan, se marchitan y mueren; pero tú no estás a cargo de todo este mundo onírico. El juego de los opuestos se representa por sí solo y hay un silencio indetectable que lo abarca todo continuamente y que permite que todo surja exactamente tal y como es.

 

La totalidad del mundo brota en este espacio vacío, en esta inmensidad sumamente desprovista de toda individualidad y solidez, pero que abraza la individualidad y la solidez como una madre abraza a su recién nacido.

 

El secreto está ahí, en el latido de tu corazón, en tu respiración, en las visiones, en los sonidos y en los olores que se manifiestan justo donde estás, ahora mismo.

 

El secreto está aquí. ¿Lo ves?

 

Además, para liberarse no hace falta ni reconocer nada de lo dicho hasta el momento ni comprenderlo intelectualmente, a diferencia de lo que nos suelen decir los maestros espirituales. No es necesario comprender ninguna de estas palabras. No hay nada que “recibir”, nada que trascender, nada que alcanzar. No comprenderlo, no “cogerlo”, no lograrlo no son más que apariencias en el juego de la vida ni mejores ni peores que lo contrario. Y todos los pares de contrarios quedan resueltos en esto.

 

Más allá de las creencias o de la ausencia de éstas, más allá de todo lo que puedan afirmar las palabras, más allá de todo lo trascendente, siempre existe esto, ahora y siempre.»

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