Aquel día ya decidí morirme, matarme de una manera consciente. La idea sufridora ya no quería sufrir más. Pero quería hacerlo legal, que no se notara, que no hubiera sangre, el cuerpo continuaría exactamente igual, continuaría respirando, seguramente le continuaría doliendo la pierna derecha de manera casi crónica y continuaría haciendo el resto de actividades cotidianas. Que pasara desapercibido para la mayoría de conocidos, familiares, vecinos, amigos… bueno, para algunos amigos no pasaría tan desapercibido, algunos quizás intuirían un cambio sutil en algo. Que tampoco tuviera que intervenir la policía. La policía normal aquí no llega, pero, ¿se dan cuenta verdad? Algún día u otro había de llegar, igual que ha llegado que tengamos que pagar por el agua mineral, como ha llegado que se pague por tomar sol artificial, como llegará el impuesto anual por respirar oxígeno en tu ciudad… algún día u otro había de llegar la policía espiritual, pobre de ti que dejes de ser el que te piensas que eres, pobre de ti que no te identifiques y luches por mantener tu nombre, tu reputación, tu historia personal y familiar, la titularidad de todo lo que has hecho y conseguido en la vida, tu marca personalmente personalizada individual genuinamente particular y que quede constancia en los libros de registro del universo, tomo VI, sección 23.452. La policía espiritual… ¡tiene delito! Si no tenia suficiente faena con intentar morirme, con cargarme el ego, ahora resulta que desde la administración también me lo dificultan. ¡Es que una ya no se puede ni liberar! Pero bueno, en el fondo también esto fue un aliciente.
Ya no se cuantas veces había probado de morirme, no había manera que fuera una muerte drástica y definitiva. Había utilizado infinidad de técnicas, estrategias, pruebas, argumentaciones mentales, determinaciones, propósitos, juramentos… a veces tomaba el paquete de mi idea y lo tiraba a la vía del tren, o lo colgaba de una soga, o lo metía dentro una caja de barbitúricos. Si que a veces moría momentos y temporadas más largas, pero la idea es mucha idea y volvía a renacer cuando olfateaba placeres para los sentidos o cuando era tenida en cuenta por otras personas, cuando era halagada. A veces la idea también resucitaba para apegarse al dolor, la duda, la negatividad, a mantener un recuerdo calificado por ella de negativo, a la culpa, a la crítica de los demás… resucitaba para continuar sintiéndose idea, ¡y mira!, que resucite la idea para pasar un buen rato, vivir un gusto o placer, “aún”, pero resucitar para auto mantenerse sufriendo, eso ya es el colmo, a dicha persona eso la sacaba de quicio, ¡será inútil!.
Pero mira por donde que esa fue su misma trampa, como característica de muchas mentes, no fue capaz de dosificarse, se excedió en mantenerse de ideas de sufrimiento, culpabilizadoras, obsesivas, a veces en intensidad y sobretodo en tiempo. Normalmente la idea ya lo calculaba bastante bien, se autorregulaba, tiraba de sufrimiento hasta que veía que toda la persona estaba al límite y entonces la idea descansaba un rato y la presencia volvía a ser luz, pero al poco tiempo la idea volvía a hacerse presente en cualquier de las variantes en que estaba especializada y que eran más adecuadas a la situación; algún resentimiento, inseguridad, miedo, tristeza, o cualquier otra especialidad para amargarse la vida.
Pues si, la idea abusó más de la cuenta y eso provocó que en la misma idea se colara como un rayo de luz clara y definida. Si hasta ahora habían habido dudas de si morir o no morir, ahora ya era primordial, no había más opción que morir, aquella madrugada en la cama se había como firmado el contrato, sellado la decisión, y si no podía ser drástico, seria una muerte más lenta, a pequeñas dosis.
A partir de entonces a la misma idea pensadora automática le había aparecido otra idea automática pero que era como un cuerpo extraño para la primera, podía parecer que al principio tenia poca fuerza o pocos momentos de intensidad, pero se la veía muy clara y segura, una seguridad que le venia de comprender que durante toda la vida en millones de ocasiones la idea no había podido mantener nunca una felicidad duradera, y estaba ya segura que no se la podía creer ya de ninguna manera hiciera el discurso que hiciera y en el campo que fuere, como quién dice: ahora si que ya no me fío, me has enredado mucho tiempo y hasta ahora no me había dado cuenta, ¡que astucia! , es que la mayoría de lo que decía parecía coherente.
Y así, con tanta fuerza y profundidad como estaba enraizada la idea, se fue consolidando el inicio de serle indiferente, la decisión de no tomar parte de ella, el inicio de su muerte.
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